domingo, 31 de enero de 2010

Una historia del mundo en diez capítulos y medio, Julian Barnes

"El caso es que ella está dormida, dándome la espalda, de costado. Las habituales estratagemas y cambios de postura no han logrado inducir la narcosis en mí, así que decido instalarme contra el suave zigzag de su cuerpo. Cuando me muevo y empiezo a acomodar mi espinilla contra una pantorrilla cuyos músculos están aflojados por el sueño, ella intuye lo que estoy haciendo y, sin despertarse, levanta la mano izquierda y se aparta el pelo de los hombros y lo amontona sobre su cabeza, dejándome su nuca desnuda para que me acurruque en ella. Cada vez que hace eso siento un estremecimiento de amor por la precisión de esta cortesía durmiente. Me escuecen los ojos a causa de las lágrimas y tengo que contenerme para no despertarla y recordarle mi amor.

En ese momento, inconscientemente, ha tocado un fulcro secreto de mis sentimientos hacia ella. No lo sabe, naturalmente, nunca le he contado este mínimo y preciso placer de la noche. Aunque se lo estoy contando ahora, supongo... ¿Creen que en realidad está despierta cuando lo hace? Supongo que podría parecer una cortesía consciente, un gesto agradable, pero dificilmete algo que denote que el amor tiene raíces debajo de la conciencia. Tienen razón en ser escépticos; deberíamos ser indulgentes sólo hasta cierto punto con los amantes, cuya vanidad rivaliza con la de los políticos. Sin embargo, puedo ofrecer más pruebas.

El pelo le cae hasta los hombros. Pero hace unos años, cuando nos prometieron que el calor del verano duraría meses, se lo dejó muy corto. Su nuca estaba desnuda para el beso todo el día. Y en la oscuridad, cuando estábamos bajo una sola sábana y yo sudaba como un calabrés, cuando el tramo intermedio de la noche era más corto pero aún difícil de atravesar, entonces, cuando me volvía hacia esa S relajada que había a mi lado, ella, con un suave murmullo, trataba de levantarse el pelo perdido de la nuca.

- Te amo - susurro en esa nuca durmiente-, te amo.

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